sábado, 8 de marzo de 2008

Vº. DOMINGO DE CUARESMA «A»


Ez 37, 12-14
Sal 129
Ro 8, 8-11
Jn 11, 1-45

HOMILÍA

 

Hermanos: la liturgia de este domingo Vº. de Cuaresma del ciclo «A» nos propone, para dar un  paso más en la andadura de nuestra conversión, la tercera gran catequesis: la de la Vida. Su confesión es la siguiente: Jesús, Hijo de Dios es la fuente de VIDA.

 

¡Qué pena que tengamos que acercarnos a ella en un ambiente tan convulso! ETA acaba de hablar de muerte, asesinando a Isaías Carrasco. ¿Acaso debemos convencernos de que no somos capaces de otra cosa mejor que la de dar muerte? ¿Hay que seguir gritando que quien la hace la paga, tarde o temprano? ¿No es un acto más humano el diálogo, el perdón, la reconciliación, la vida?

 

Pero éstas no son palabras políticas, capta-votos, ni de ¡trágala!, sino palabras con las que sólo habla el corazón, un corazón que late vida, hace vivir y es capaz de entregarla, nunca arrebatarla.

 

Lo hacen nuestros misioneros en tierras de Ecuador (en Los Ríos) y en África (Angola)... en franca retirada. Su situación de penuria denuncia nuestra falta de vida de fe, antaño tan prolífica en vocaciones y misioneros, y hoy tan mortecina. ¿No necesitamos un grito de Jesús? ¡Lázaro, sal afuera! —le gritó a su amigo. ¿No podría gritar el nombre de cada uno de nosotros para sacarnos de nuestras tumbas?

 

El profeta Ezequiel ya lo proclamaba: infundiré en vosotros mi espíritu, y viviréis..." Pero, al menos a primera vista, estamos poseídos del espíritu de la comodidad, de la explotación, de la acumulación de enseres, de riqueza, de poder... ¡de odio!

 

Por ese camino generamos basura, contaminación... Ensuciamos las calles, la atmósfera; esquilmamos los bosques y provocamos la desertización; cada vez herimos más de muerte a nuestro planeta y a la atmósfera, y, con la boca pequeña, exigimos a los políticos que resuelvan esos problemas, pero sin que no puedan exigirnos nada a los ciudadanos.

 

Pablo nos ha recordado que nosotros no vivimos entregados a tales apetitos, sino según el Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en nosotros. ¿No nos reímos de semejantes palabras, considerándolas para otros, o fuera de lugar, o para niños, pero no para nosotros, que no necesitamos que nadie nos oriente, conduzca o indique el camino?

 

Mientras las Urnas nos llaman a la participación democrática, los medios de comunicación nos han situado a derecha o izquierda; y la terca realidad nos espeta un ambiente tenso, espeso, que nos habla de falta de paz ciudadana, de falta de la tan cacareada libertad de expresión... Pero sobre todo, diría yo, de falta de formación y de concienciación, que nos daría el temple necesario para saber hablar y escucharnos; saber manifestarnos y respetarnos; y saber convivir en una sociedad cada vez más compleja y más exigente con sus miembros.

 

¿No tiene nada que aportar nuestra fe en Jesús, fuente de Vida, en todo este revoltijo?

 

Nuestros misioneros piensan acudir a paliar las necesidades creadas por las últimas inundaciones en el Ecuador: ¿seremos generosos con ellos en la colecta?

 

Nuestro Planeta y nuestros pulmones están exigiéndonos contención en el consumo y moderación... ¿Sabremos sacrificarnos?

 

Nuestra paz social nos está exigiendo respeto, diálogo, perdón, reconciliación... ¿Seguiremos empacados en nuestras posturas irreconciliables, sabiendo que nos conducen a la muerte?

 

¿No podríamos pedirle a Jesús, fuente de vida, que susurre a nuestro oído, con su autoridad, que salgamos a la luz de la Vida?

 

Lo necesitamos también en nuestra Iglesia diocesana, que nos ha disgustado con sus últimas actuaciones, pero que querríamos seguir construyéndola desde la responsabilidad compartida y la entrega fiel. Nos duelen sus errores, o que no tenga en cuenta los mecanismos y los cauces de participación de los que se ha dotado nuestra Iglesia; pero también sabemos que sólo en su seno podemos vivir nuestra fe en Jesús, fuente de Vida. Por eso queremos implicarnos cada vez más, y más responsablemente, en su construcción y actualización.

 

¡Sí necesitamos que Jesús nos grite, y que nosotros, haciéndole caso, salgamos!

 

lunes, 3 de marzo de 2008

DOMINGO DE RAMOS

LA MISA DE HOY

Rito de la Bendición de los Ramos

 

SALUDO

 

Hermanos: Que Dios Padre que en su Hijo Jesucristo, el Siervo humilde y fiel, ha cumplido sus promesas de salvación para la humanidad esté con todos vosotros.

 

 

ENTRADA

 

La Celebración de la Eucaristía en este Domingo de Ramos es la puerta de la Semana Santa. Queremos acompañar desde una fe viva y adulta a Cristo en su Misterio Pascual, en su paso de la muerte a la vida, de la cruz a la resurrección.

 

Hoy, la celebración de la Misa, iniciada con la procesión de los Ramos, y la posterior lectura de la Pasión de Cristo, nos ayudan a conmemorar la entrada de Jesús en Jerusalén. Dios Padre ha cumplido en Jesucristo las promesas de salvación hechas a la humanidad, y esto nos llena de alegría. Los ramos expresan este gozo, y además anticipan y hablan del triunfo de la vida sobre la muerte. El relato evangélico de la Pasión nos recuerda que la muerte de Jesús, el Mesías prometido y esperado es el camino hacia su resurrección y la nuestra.

 

Participemos en la procesión y la Eucaristía de este Domingo de Ramos: acompañemos a Jesús en su entrada en Jerusalén; hagamos nuestra su Pascua: su muerte y su resurrección.

 

 

LECTURA EVANGÉLICA

 

Jesús llega a Jerusalén. En Él se cumplen las promesas hechas al pueblo de Israel, a toda la humanidad. Cristo, el Hijo de Dios, su Siervo fiel, elige la humildad, el servicio. Jesús entra en la ciudad montado en un asno. La gente aclama a Jesucristo. Su encarnación, su entrega, su solidaridad con la persona humana, su amor hasta la muerte, su vida resucitada, nos traen la Salvación de Dios.

 

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 21

 

Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, junto al monte de los Olivos, Jesús mandó dos discípulos, diciéndoles: «Id a la aldea de enfrente, encontraréis enseguida una borrica atada con su pollino, desatadlos y traédmelos. Si alguien os dice algo contestadle que el Señor los necesita y los devolverá pronto.» Esto ocurrió para que se cumpliese lo que dijo el profeta: «Decid a la hija de Sión: Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila.» Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el pollino, echaron .encima sus mantos y Jesús se montó. La multitud extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba: «¡Viva el Hijo de David!» «¡Bendito el que viene en nombre del Señor!"¡Viva el Altísimo!", Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada: «¿Quién es éste?» La gente que venía con él decía: «Es Jesús, el profeta dé Nazaret de Galilea.»

 

MONICIÓN A LA PROCESIÓN

 

Hoy, traspasamos el umbral de la Semana Santa. La procesión que va a dar comienzo en este Domingo de Ramos expresa la fe en Jesucristo. Sólo si creemos en Él podremos celebrar, vivir y anunciar de forma auténtica su muerte y resurrección. Demos gracias a Dios por su Hijo Jesucristo, Nuestro Salvador, por su amor sin límites ni distinciones. Comuniquemos a todos la vida nueva de Cristo, con las palmas de nuestro testimonio de fe, y los ramos de la acogida y la caridad.

 

 

 

Rito de la Misa

 

ACTO PENITENCIAL

 

(Para las misas en que no se hacen los ritos precedentes)

 

Jesucristo es resurrección y vida nueva para todo el cree en Él. Con humildad y confianza reconocemos nuestros pecados y le pedimos perdón al Señor.

 

    * Jesucristo, obediente al Plan de Dios Padre, que ama al pecador. Señor, ten piedad.

    * Cristo, Hijo amado del Padre, Mesías incomprendido y rechazado por nuestra indiferencia e incredulidad. Cristo, ten piedad.

    * Jesús, Siervo manso y humilde, Palabra que consuela y fortalece, Vida resucitada que vence la muerte. Señor, ten piedad.

 

 

LECTURA PROFÉTICA

 

El Siervo del Señor lleva a cabo, de parte de Dios, su misión de consuelo, de ánimo y fortaleza para los que se encuentran atribulados. La escucha atenta a la Palabra de Dios, la disponibilidad a su voluntad y la confianza en el Señor son el fundamento de la vocación y tarea del Siervo de Yahveh. Esta experiencia no sólo le ayuda al Siervo en medio del sufrimiento y la prueba, sino que lo conduce al triunfo, a través de la humillación y la muerte.

 

Lectura del libro de Isaías 50,4-7

 

Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado,

para saber decir al abatido una palabra de aliento.

Cada mañana me espabila el oído,

para que escuche como los iniciados.

El Señor me abrió el oído.

Y yo no resistí ni me eché atrás:

ofrecí la espalda a los que me apaleaban,

las mejillas a los que mesaban mi barba;

no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos.

El Señor me ayuda,

por eso no sentía los ultrajes;

por eso endurecí el rostro como pedernal,

sabiendo que no quedaría defraudado.

Palabra de Dios

 

 

Salmo responsorial (Sal 21)

 

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

 

Al verme, se burlan de mí,

hacen visajes, menean la cabeza:

«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;

que lo libre, si tanto lo quiere».

 

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

 

Me acorrala una jauría de mastines,

me cerca una banda de malhechores;

me taladran las manos y los pies,

puedo contar mis huesos.

 

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

 

Se reparten mi ropa,

echan a suertes mi túnica.

Pero tú, Señor, no te quedes lejos;

fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.

 

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

 

Contaré tu fama a mis hermanos,

en medio de la asamblea te alabaré.

Fieles del Señor, alabadlo;

linaje de Jacob, glorificadlo;

temedlo, linaje de Israel.

 

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

 

 

LECTURA APOSTÓLICA

 

Pablo introduce este himno a Jesús, el Señor para fundamentar, en Cristo, la invitación a la humildad, a la renuncia de uno mismo, a tener los mismos sentimientos y actitudes de Jesús. Nos presenta todo el itinerario de su Encarnación, abajamiento hasta la muerte de Cruz, exaltación y resurrección. Su obediencia a Dios Padre y su solidaridad con el ser humano le llevan a la muerte. Pero Dios lo resucita y lo coloca a su derecha.

 

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 2,6-11

 

Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre.

Palabra de Dios

 

LECTURA EVANGÉLICA

 

San Mateo nos narra la Pasión y muerte de Jesús. El evangelista nos va a contar los padecimientos de Jesús. En la Pasión de Jesucristo se cumplen las Escrituras: Él es el Mesías esperado, es el Siervo de Yahveh anunciado por Isaías. La Nueva y eterna Alianza comienza en la pasión, en la muerte de Jesús. Él es el Hijo de Dios, y por eso dice sí a la cruz, y en ella se nos muestra como Hijo amado de Dios. Cristo se da totalmente, hasta entregar su vida, para revelarnos el amor salvador de Dios.

 

 

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 26,14-27,66

 

En aquel tiempo [uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:

- ¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?

Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.

El primer día de los ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:

- ¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?

Él contestó:

- Id a casa de Fulano y decidle: «El Maestro dice: mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos».

Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.

Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían, dijo:

- Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.

Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro:

- ¿Soy yo acaso, Señor?

Él respondió:

- El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!, más le valdría no haber nacido.

Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:

- ¿Soy yo acaso, Maestro?

Él respondió:

- Así es.

Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a los discípulos diciendo:

- Tomad, comed: esto es mi cuerpo.

Y cogiendo un cáliz pronunció la acción de gracias y se lo pasó diciendo:

- Bebed todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza derramada por todos para el perdón de los pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de la vid hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre.

Cantaron el salmo y salieron para el monte de los Olivos. Entonces Jesús les dijo:

- Esta noche vais a caer todos por mi causa, porque está escrito: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño». Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea.

Pedro replicó:

- Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré.

Jesús le dijo:

- Te aseguro que esta noche, antes que el gallo cante tres veces, me negarás.

Pedro le replicó:

- Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. Y lo mismo decían los demás discípulos. Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y les dijo:

- Sentaos aquí, mientras voy allá a orar.

Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse. Entonces dijo:

- Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo.

Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo:

- Padre mío, si es posible que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.

Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos.

Dijo a Pedro:

- ¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil.

De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo:

- Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.

Y viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque estaban muertos de sueño. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba repitiendo las mismas palabras.

Luego se acercó a sus discípulos y les dijo:

- Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.

Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña:

- Al que yo bese, ése es: detenedlo.

Después se acercó a Jesús y le dijo:

- ¡Salve, Maestro!

Y lo besó. Pero Jesús le contestó:

- Amigo, ¿a qué vienes?

Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote.

Jesús le dijo:

- Envaina la espada: quien usa espada, a espada morirá. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? Él me mandaría enseguida más de doce legiones de ángeles. Pero entonces no se cumpliría la Escritura, que dice que esto tiene que pasar.

Entonces dijo Jesús a la gente:

- ¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos como a un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis.

Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.

Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los letrados y los senadores. Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver en qué paraba aquello.

Los sumos sacerdotes y el Consejo en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos que declararon:

- Éste ha dicho: «Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días».

El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo:

- ¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?

Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo:

- Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.

Jesús le respondió:

- Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: desde ahora veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo.

Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo:

- Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?

Y ellos contestaron:

- Es reo de muerte.

Entonces le escupieron a la cara y le abofetearon; otros le golpearon diciendo:

- Haz de profeta, Mesías; dinos quién te ha pegado.

Pedro estaba sentado fuera en el patio y se le acercó una criada y le dijo:

- También tú andabas con Jesús el Galileo.

Él lo negó delante de todos, diciendo:

- No sé qué quieres decir.

Y al salir al portal lo vio otra y dijo a los que estaban allí:

- Éste andaba con Jesús el Nazareno.

Otra vez negó él con juramento:

- No conozco a ese hombre.

Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron:

- Seguro; tú también eres de ellos, se te nota en el acento.

Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar diciendo:

- No conozco a ese hombre.

Y enseguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo me negarás tres veces». Y saliendo afuera, lloró amargamente.

Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y atándolo le llevaron y le entregaron a Pilato, el gobernador.

Entonces el traidor sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y senadores diciendo:

- He pecado, he entregado a la muerte a un inocente.

Pero ellos dijeron:

- ¿A nosotros qué? ¡Allá tú!

Él, arrojando las monedas en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los sacerdotes, recogiendo las monedas, dijeron:

- No es lícito echarlas en el arca de las ofrendas porque son precio de sangre.

Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía «Campo de Sangre». Así se cumplió lo escrito por Jeremías el profeta: «Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel, y pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor».]

Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:

- ¿Eres tú el rey de los judíos?

Jesús respondió:

- Tú lo dices.

Y mientras le acusaban los sumos sacerdotes y los senadores no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:

- ¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?

Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, dijo Pilato:

- ¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?

Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:

- No te metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.

Pero los sumos sacerdotes y los senadores convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús.

El gobernador preguntó:

- ¿A cuál de los dos queréis que os suelte?

Ellos dijeron:

- A Barrabás.

Pilato les preguntó:

- ¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?

Contestaron todos:

- Que lo crucifiquen.

Pilato insistió:

- Pues, ¿qué mal ha hecho?

Pero ellos gritaban más fuerte:

- ¡Que lo crucifiquen!

Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia del pueblo, diciendo:

- Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!

Y el pueblo entero contestó:

- ¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!

Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía; lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo:

- ¡Salve, rey de los judíos!

Luego lo escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.

Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz.

Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir: «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban, lo injuriaban y decían meneando la cabeza:

- Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.

Los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo:

- A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?

Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.

Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó:

- Elí, Elí, lama sabaktaní.

(Es decir: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?).

Al oírlo algunos de los que estaban por allí dijeron:

- A Elías llama éste.

Uno de ellos fue corriendo; enseguida cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían:

- Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.

Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos.

El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados:

- Realmente éste era Hijo de Dios.

[Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquéllas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderlo; entre ellas, María Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos.

Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Éste acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó.

María Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro.

A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron:

- Señor, nos hemos acordado que aquel impostor estando en vida anunció: «A los tres días resucitaré». Por eso da orden de que vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, se lleven el cuerpo y digan al pueblo: «Ha resucitado de entre los muertos». La última impostura sería peor que la primera.

Pilato contestó:

- Ahí tenéis la guardia: id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis.

Ellos fueron, sellaron la piedra y con la guardia aseguraron la vigilancia del sepulcro.]

 

 

ORACIÓN DE LOS FIELES

 

Tú nos has dicho, Señor: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos". Nosotros, confiando en este amor que no tiene fin elevamos nuestras súplicas a Dios Padre, diciendo: Creemos en tu amor, Señor.

 

    * Por el Papa, los Obispos, los sacerdotes, los religiosos, todos los fieles laicos, para que nuestra fe y el testimonio de la caridad anuncien a toda la humanidad la experiencia gozosa del triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte. Oremos

 

    * Por todos los países de la tierra para que acojan la paz y concordia que brota de la cruz de Cristo, y no rechacen la experiencia de Dios. Oremos

 

    * Por todos los que en su vida sufren por causa de la indiferencia y el rechazo de los demás para que sepamos reconocer en ellos a Cristo crucificado. Oremos.

 

    * Por nuestra comunidad (Parroquial) para que en estos días contemplemos desde la fe y la gratitud la fidelidad y su entrega de Jesús, y asumamos su camino de donación y servicio, como el único camino que conduce a la vida. Oremos.

 

 

Escucha, Padre nuestro, las oraciones que a Ti te dirigimos, para que los que acompañamos a Cristo, en su entrada en la ciudad santa de Jerusalén, vivamos desde la confianza en tus promesas y el servicio desinteresado a los hermanos. Por Jesucristo, nuestro Señor.

 

JESÚS GRACIA LOSILLA

jesús@dabar.net

 

 

Cantos para la Celebración

Nota.- Conviene ambientar estos días con las obras clásicas y, a ser posible, tener un grupo que prepare cuidadosamente las celebraciones de la Semana Santa. En estos días, los fieles están más dispuestos a colaborar.

Entrada (Procesión inicial): Alégrate y goza Jerusalén (de Palazón); Hosanna, Hosanna (disco "Hoy vuelvo de lejos" de Erdozáin); Lauda Ierusalem (popular); Qué alegría cuando me dijeron (de Manzano); Alabaré (popular); Alabad al Señor (popular); Hosanna al Hijo de David (disco "Cantos del Misterio Pascual); Hosanna (de Jesucristo Superstar).

Salmo: LdS; Dios mío, Dios mío (1CLN-D 34).

Aclamación antes del Evangelio: Cristo por nosotros (disco "Hoy vuelvo de lejos" de Erdozáin).

Lectura de la Pasión: se pueden intercalar aclamaciones como: Victoria, tú reinarás; Perdona a tu pueblo; Amante Jesús mío; Gloria, honor a Ti.

Ofertorio: Con amor te presento, Señor (disco "Viviremos con Él").

Santo: de Manzano.

Comunión: Beberemos la copa (1CLN-O 10); Oh Señor, yo no soy digno (popular); Cerca de Ti, Señor (popular); El Señor nos invita (disco "15 Cantos para la Cena del Señor").

 

 

sábado, 1 de marzo de 2008

DOMINGO IV DE CUARESMA /«A»


1Sm 16. 1b.6-7.10-13a
Sal 22
Ef 5, 8-14
Jn 9, 1-41

 

Hermanos: La Catequesis de este domingo IV. de Cuaresma del ciclo «A» nos coloca ante la gran confesión de que Cristo Jesús es la luz de mundo. ¿Podríamos ahondar en esta catequesis? ¿Nos gustaría ver la realidad que nos rodea y en la que estamos inmersos, con los ojos de Jesús, con su mirada? ¿Preferiríamos, por el contrario, seguir viendo y mirando como nos hemos acostumbrado a mirar y a ver?

 

Mirad: en la primera lectura se nos ha presentado a un profeta que oye en su interior la voz de Dios al ir a ungir, por encargo de Dios, a uno de los hijos de Jesé como rey de Israel; una voz que le dice «la mirada del hombre es superficial; Dios mira al corazón».

 

A lo mejor no lo tomamos en serio, nos reímos de ello; pero la fe en Jesús nos hace mirar la realidad con otros ojos, con ojos y mirada que no se quedan en la superficialidad, sino que van más adentro de la persona y de la realidad; y encuentra allí la auténtica verdad. Y, si esa realidad es hiriente, nociva y destructiva para la persona, no se reirá de la misma, no la despreciará, no la marginará (como lo hacen los vecinos, la familia, las amistades, las autoridades religiosas, etc. —como lo vemos en el evangelio—), sino que se solidarizará con su desgracia y tratará de rescatarla de la misma. Y la salvará si se aviene a colaborar. Es el mensaje del evangelio.

 

¿Admitiríamos lo que nos dice la segunda lectura que hemos escuchado: "en otro tiempo fuisteis tinieblas...?" No significa otra cosa que lo siguiente: para el creyente, para el hombre/ mujer de fe, el vivir sin fe es vivir en la oscuridad, en la ignorancia; es no poder llegar a lo profundo de la realidad, porque admite que la mirada del hombre es superficial, es interesada, está mediatizada. Es, en suma, asumir que, de entrada, todos nacemos ciegos.

 

Ante esta ceguera inicial, nuestro entorno (familia, cultura, sociedad, etc.) nos dota de unas lentes; es a través de ellas como empezamos a ver y nos relacionamos con la realidad. La cultura que vamos adquiriendo nos va colocando las dioptrías que nos harán ver a su modo esa realidad, y la propia. Pero también nuestros éxitos y fracasos que vamos cosechando a lo largo de nuestra existencia nos llevan a echar sobre esa mirada unas dioptrías y unos tintes a las lentes, proporcionándonos una mirada interesada de la realidad.

Cuando uno se ha acostumbrado a vivir en una realidad distorsionada por las miradas interesadas ¡qué difícil le resulta cambiar! En ese mundo distorsionado ya tiene tomadas las referencias, las distancias, los volúmenes y los contornos, y se siente cómodo/ a, aunque reconozca su irrealidad. Una persona así prefiere seguir en su ceguera asumida.

 

Jesús se acerca al ciego. Se está acercando a mí, a ti, a cada uno de nosotros, que, tal vez, contemplamos la realidad y la propia vida con una mirada distorsionada por la educación recibida, por los fracasos asumidos, por los problemas que nos han ido surgiendo a lo largo de la vida en la familia, en el trabajo, en la vecindad, entre las amistades, etc.

 

Y Jesús nos unta de barro los ojos, y nos manda limpiarlos. Es asumir nuestra inicial naturaleza, que se hace realidad en el Bautismo: sus aguas pueden limpiar nuestra mirada, y hacernos ver la realidad como la ve Jesús.

 

¿Verdad que nos da miedo esa mirada, porque nos complica la existencia? El ciego que, obedeciendo el mandato de Jesús, se limpia en Siloé, empieza por tener que dar testimonio de Jesús ante sus paisanos, ante las autoridades religiosas, y por reconocer su propia ignorancia: no sé quién es, ni dónde está; pero también da testimonio de su propia experiencia que no puede negarla, se le impone: es un profeta, un hombre de Dios... Y, desde esa experiencia inapelable podrá responder no sólo con la absoluta obediencia a Jesús, sino con la máxima entrega: ¿quién es, Señor, para que yo pueda creer en él? ¡Lo estás viendo! —le dice Jesús. Y responde el que fue ciego: ¡Creo, Señor!, postrándose ante él.

 

Ante este cuadro, se nos brinda la oportunidad de una opción: o continuar con la mirada superficial (con la ceguera) que nos hace vivir cómodamente en nuestro propio entorno, obviando la realidad profunda, o confesar ante Jesús nuestra ceguera, poner de nuestra parte el ir a la fuente a lavarnos para volver viendo, aunque ello nos acarree problemas.

 

No nos asustemos de tener que dar testimonio de Jesús. La vida así vivida adquiere una nueva dimensión en la familia, entre las amistades, en el trabajo, en el culto religioso..., y hace vivir la realidad en su profundidad, siendo solidario/ a con quien sufre, y amando al marginado...

 

¿Merece la pena? Respóndele.

 

sábado, 23 de febrero de 2008

TERCER DOMINGO DE CUARESMA /A


Ex 17, 3-7
Sal 94
Ro 5, 1-2.5-8
Jn 4, 5-42

HOMILÍA

 

Hermanos: la imagen central de la liturgia de hoy es el agua, símbolo de vida. Ella nos puede evocar el Bautismo, de donde nos brota la vida de hijos de Dios; y símbolo también de la fe, que sería el agua que nos hace vivir esa vida de hijos de Dios.

 

Pero las lecturas nos han dado también todo un entorno que nos puede hacer reflexionar y, si cabe, añorar el agua de la fe, fuente de vida eterna, de salvación.

 

El primer entorno nos lo ha dado la primera lectura: el pueblo que ha salido de la esclavitud de Egipto se encuentra con las dificultades, calamidades y carencias del desierto. ¿Qué hacer? Culpabilizar a Moisés, murmurar contra Dios. ¿Verdad que lo queremos todo fácil, sin que nos cueste, y, si acudimos a Dios, es para que nos facilite la vida? Seguro que pondríamos mil y una excusas y no haríamos caso de voces alarmantes. ¿Verdad que no admitimos recortes en nuestro bienestar, consumo, disfrute, poder, etc.?

 

¡Qué bello el pasaje de la Samaritana del evangelio de hoy! Todo un capítulo del evangelio de Juan. Aburre a quien no busca agua para regar la planta de su fe; pero es fuente de gozo para quien busca la fe, realizar la vida agradeciendo el regalo de haberla recibido. Seamos de estos, y acerquémonos a Jesús confiando en que broten en nuestro interior fuentes de agua viva que manan de la roca viva que es Jesús.

 

Fijémonos en algunos detalles:

 

Jesús, cansado, se sienta al borde del pozo. Eran mujeres las que acudían en busca de agua. ¿Se sentaría Jesús con la intención de entablar diálogo con alguna de ellas? ¡Escandaloso! Y, además, los judíos no se hablan con los samaritanos. ¡Doblemente escandaloso! Pero ¡ojalá no nos escandalicemos de Jesús, sino que aprendiésemos de él.

 

En el diálogo que se entabla entre Jesús y la Samaritana (el evangelista no la nombra, por lo que es figura de toda mujer) vemos que Jesús no se acompleja ni se deja llevar por los convencionalismos que funcionan en su entorno: dirige la palabra a una mujer, y samaritana, y sabe pedirle un favor..., con ánimo de hacerle partícipe de lo que lleva, si se aviene a dialogar: si supieras quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él...

 

Para ello ha de entrar en la vida de la persona: Llama a tu marido... No tengo marido... Has tenido cinco, y el de ahora no es marido... ¿Qué nos sugiere este diálogo de Jesús con la Samaritana? ¿Ya dejaríamos que hurgaran en nuestra vida, incluso aunque fuera con la intención de sanarnos? Hay quienes lo hacen ante sicólogos y siquiatras, pero no son capaces de hacerlo en la sinceridad de una confesión...

 

Por el contexto podemos observar, sin embargo, que se está refiriendo a los santuarios en los que se adoraba a Dios, y que eran fuente de enfrentamientos ante la primacía que había obtenido el templo de Jerusalén en el monte Sión.

 

¿Y no provocamos nosotros esos enfrentamientos con nuestras devociones, que más que unirnos nos enfrentan? Asumamos la respuesta de Jesús: a Dios lo adoraremos en espíritu y verdad. Y esto cuesta: ¿verdad?

 

¡Claro! Es que nos da miedo entrar en neutro interior; y menos permitimos que nadie entre en él. Y, cada vez más superficiales, añoramos y buscamos no el agua que nos purifique y nos haga vivir la vida de hijos de Dios, sino el ruido, le inmediato, lo crematístico: maestro, come —decían los discípulos; y no entendieron la respuesta de Jesús, cuya comida era otra: sembrar en el corazón de la persona una sed de Dios que apagara la sed del placer, de la religiosidad superficial y de la murmuración, e hiciera vivir en la plenitud de la alegría desbordarte que va a manifestar la Samaritana ante sus paisanos: venid a ver un hombre que me ha revelado mi vida entera: ¿será éste el profeta que esperamos?

 

Pero hoy Jesús se puede encontrar con que nadie espera su palabra, su agua de vida; con que nadie se acerca al pozo para que él pueda sembrar con el diálogo y el toque en lo profundo la luz de la fe, que haga brotar manantiales de agua que saltan a la vida eterna.

 

¿Podríamos nosotros acercarnos, sin temor, a dejarnos tocar por ese Jesús, que no quiere que nos ahoguemos en las aguas de la murmuración, del placer, de la facilidad, del consumismo, de la explotación del otro/a, sino hacer que broten en nuestro interior manantiales de agua que nos hagan vivir la vida alegre y comunicativa de los hijos/as de Dios?

 

sábado, 16 de febrero de 2008

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA /A


Gn 12, 1-4a
Sal 32
2Tm 1, 8b-10
Mt 17, 1-9

 

HOMILÍA

 

"Con la confianza puesta en el poder de Dios, sufre conmigo por el evangelio" —le decía Pablo a su discípulo Timoteo. Ello nos está indicando que no es fácil vivir según las indicaciones del evangelio; que ser cristiano, ser discípulo y seguidor de Jesús acarrea sufrimiento. Cada vez lo iremos viendo con más claridad.

 

Hasta hace bien poco, las exigencias que nos planteábamos como emanadas del evangelio eran más bien moralizantes (no hagas mal, cumple con esto, etc.), pero ahora estamos observando que tenemos que ir mucho más allá.

 

En nuestras casas Dios está ausente; nuestros hijos y nietos no se relacionan con él, no lo conocen. Si vienes a la iglesia se te ríen, o te critican, porque no vives como lo manda el evangelio; tus centros de interés no son los que serían los de Jesús: los marginados, los que sufren, los nadie. Y estamos demasiado colonizados por la cultura actual de los medios de comunicación, y por valores como el consumo, la producción, el dominio, la explotación, la diversión, la comodidad, la despreocupación del entorno, el alejamiento de los demás por las exigencias que nos puedan plantear, etc., etc.

 

¿Merece la pena salir de esta corriente? Se oyen, sí, voces de protesta; hay grupos organizados; todos conocemos a personas que, desinteresadamente, se desviven por los demás. Y no les hace falta ni relacionarse con Dios, ni rezar, ni celebrar la fe, ni acudir a los sacramentos.

 

¿Y nosotros? Nosotros podemos estar engullidos por la cultura y protestar cuando las cosas se nos tuercen, o podemos también hacer silencio en nuestro interior y escuchar ahí la voz de Dios que habla al corazón.

 

Abrahán pudo escuchar esa voz. Seguro que tendría sus dudas, lucharía consigo mismo hasta convencerse de que no tendría futuro si permanecía en su tierra. Desde luego que le habría sido más fácil quedarse en ella y no preocuparse. Pero optó por responder a la voz de Dios, familiarizarse con él y entregarse a él. Y Dios no le falló.

 

Jesús vivía también esa confianza con el Padre, e invita a ella a sus más íntimos. Para entrar en la nube hay que elevarse de lo cotidiano, de estar hundidos en las simplezas de cada día; hay que descubrir que es preciso ir más allá de la Ley y de la Tradición, que hay que escucharle a Jesús en su doble significado: en su palabra y en su vida. Que lo que encontramos en él no hay que airearlo como noticia pasajera, sino madurarlo en el silencio interior... Y aún así no estamos exentos de dificultades: "Señor, ¡qué bien se está aquí!"

 

Sí; pero esa plenitud es la que nos espera, y como regalo, como don, no como logro de nuestro esfuerzo, de nuestras fatigas o privaciones; ni es en el momento presente. Lo inmediato es nuestra vida de cada día. ¿Seguiremos sumidos en su ruido? Ojalá escuchemos la invitación de Jesús a salir de él, a elevarnos a la relación con Dios y, escuchándole en nuestro interior, en el evangelio y en la oración, y en los acontecimientos de cada día, nos hagamos presentes, sin temor, en todo aquello que exige transformación, empezando por nuestra propia persona.

 

Seguro que en la escucha de Jesús y siguiéndole seremos capaces de humanizar nuestras relaciones, nuestro trabajo, nuestra entrega por la justicia, el respeto de la Naturaleza, la acogida de los inmigrantes, y tantas otras vicisitudes de esta sociedad en que vivimos.

 

La transfiguración plena está en camino; nosotros somos los invitados de Jesús si escuchamos su voz y somos capaces de responderle con generosidad; si somos capaces de salir de nuestras seguridades, de nuestros miedos y complejos, confiando plenamente en él, no en la Ley o en la Tradición, ni en el transcurso del tiempo.

 

¿Queremos participar en la tarea de transformarnos y transformar nuestro entorno, conscientes de que es una tarea que acarrea sufrimiento, pero que merece la pena? Empecemos por convertirnos al menos en este punto: no pensemos que nuestra fe, el seguirle a Jesús, no tiene nada que ver con lo que nos rodea, con quienes sufren de múltiples maneras, con la solidaridad, con el compromiso en la construcción de nuestras familias, de nuestro pueblo y de nuestra sociedad... Tiene que ver, porque Jesús lo hizo, a instancias del Padre.

 

Por tanto, sus seguidores nos veremos empujados por su Espíritu a tomar parte en ese duro trabajo, incomprendido y contestado, por la diversidad de caminos que muestra el Espíritu, pero con la seguridad de que Jesús nos precede y nos guía. Para sentirlo cercano y guía podemos acudir a su Palabra, a los sacramentos, a la oración, y seremos los primeros transformados. Confiemos en él.



sábado, 9 de febrero de 2008

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA /A


Gn 2, 7-9; 3, 1-7
Sal 50
Rm 5, 12-19
Mt 4, 1-11

HOMILÍA

Hermanos: damos comienzo a la Cuaresma como preparación a la Pascua y cambia el decorado y el ambiente litúrgico. Todo él quiere acompañarnos en el caminar hacia la Pascua, ayudarnos a hacer realidad en nuestra vida el precioso don de la conversión.

El decorado es austero: nada de flores y adornos; desaparece el cántico alegre y gozoso del Aleluya; poco instrumento, preferentemente para el apoyo del canto; color morado... y un Cristo que parece querernos salir al paso para ponerse al frente de nuestro caminar. Todo ello hace referencia a la concentración que necesitamos y no a la tristeza que pueda embargarnos. Nos acompañarán los tres signos fuertes de la Cuaresma: la limosna, el ayuno y la oración.

Fijémonos en el deportista o en quien acude al médico en busca de la salud perdida. El deportista se impone privaciones, hace ejercicio, observa una dieta..., porque quiere rendir en la prueba que se le presenta. El enfermo aquejado de debilidad, exceso de peso, hipertensión y arritmia observará una dieta que no se le antojará pesada porque lo que busca es salud y bienestar.

Aquí radica nuestra opción. Nos puede parecer triste y larga la Cuaresma porque no la aprovechemos para alcanzar al hombre nuevo que surge de la resurrección; y nos pueden parecer o excesivas o sin sentido las privaciones que se nos brindan.

Pero si queremos buscar a Dios, acoger su regalo de conversión y agradecer que haya resucitado a su Hijo, nos dispondremos a responder generosamente a su llamada. La limosna, el ayuno y la oración nos ayudarán a estar pendientes de Dios, atentos a él, y dispopnibles para los demás.

Las lecturas nos han presentado la facilidad con que la persona puede desfallecer, caer en la tentación. Se sabe amada de Dios; pero no confía plenamente en él. Por eso, ante la insinuación del Maligno, siente como si Dios le escondiera algo que podría poseer: ser conocedores del bien y del mal, y no hará caso del mandato recibido tratando de conseguirlo.

Fijémonos también en las notas que sonarán a lo largo de toda la Cuaresma: Dios que ha creado al hombre y lo ama por encima de todo, y lo mima (le da de su propio aliento; lo establece en un jardín...); constantemente lo llama a su amistad y lo ilumina con su palabra. Pero la respuesta del hombre no será la esperada.

Se nos propone el DESIERTO como imagen y signo del lugar de encuentro con Dios, y lugar también donde se manifiesta más palpablemente la debilidad y la desnudez del hombre. El evangelio nos ha presentado a un Jesús que, como hombre guiado por el Espíritu y que es fiel a la voluntad del Padre, es capaz de vencer y salir airoso donde otros han sucumbido.

Jesús no trata con un dios que le procura pan, riqueza y fama, sino con un Dios que está al lado del hambriento, del menesteroso, del olvidado o anulado, marginado y ninguneado. Por eso debe confiar en el Padre, no en sus propias fuerzas; él lo guiará con la fuerza del Espíritu.

Tras el Bautismo, y señalado allí como predilecto, Jesús realiza la experiencia del DESIERTO: desprenderse de todo para confiar solamente en Dios. Allí explicitará que no busca aprovecharse de su mesianismo para hacer fácil su vida, sino para ponerse a la escucha y al servicio de quien lo ama: beberá de su palabra, no tentará al Señor Dios y a él solo adorará.

Todo un reto para nosotros que queremos seguirle; profundicemos en ello a lo largo de estos 40 días, acompañados de los signos que son la limosna, el ayuno y la oración.

martes, 22 de enero de 2008

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA /A

 

Lecturas y Moniciones

 

EZEQUIEL 37, 12-14

Así dice el Señor: «Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y, cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor. Os infundiré mi espíritu, y viviréis; os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago». Oráculo del Señor.

 

 

ROMANOS 8, 8 11

Hermanos: Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Pues bien, si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justificación obtenida. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.

 

 

Juan 11, 1 45

En aquel tiempo, un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro. Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, tu amigo está enfermo». Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea». Los discípulos le replican: «Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver allí?» Jesús contestó: «¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz». Dicho esto, añadió: «Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo». Entonces le dijeron sus discípulos: «Señor, si duerme, se salvará». Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les replicó claramente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a su casa». Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos: «Vamos también nosotros y muramos con él». Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día». Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo». Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: «El Maestro está ahí y te llama». Apenas lo oyó, se levantó y salió adonde estaba él; porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano». Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, sollozó y, muy conmovido, preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?» Le contestaron: «Señor, ven a verlo». Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!» Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?» Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús: «Quitad la losa». Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días». Jesús le dice: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?» Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera». El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar». Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

 

 

LA MISA DE HOY

 

 

SALUDO

Que el amor de Dios, que nos envió a su Hijo para salvarnos, esté con todos vosotros.

 

 

ENTRADA

Al final de la Cuaresma la liturgia nos presenta a Jesús autor de la vida plena, que ordenó liberar a Lázaro de sus ataduras. "Yo soy la Resurrección y la Vida", nos dice hoy. Vida en plenitud, la que no fenece con la muerte, sino que alcanza la eternidad en la Casa del Padre.

Que esta celebración cuaresmal, cerca ya de la Semana Santa, nos ayude a liberarnos para resucitar con Cristo a una vida nueva.

 

 

ACTO PENITENCIAL

† Ante el ejemplo de Lázaro, liberado de sus ataduras por mandato de Jesús, expresemos nuestra necesidad de liberación y vida nueva.

 

    * Tú que eres la Resurrección y la Vida. Señor, ten piedad.

    * Tú que lloraste ante el sepulcro de tu amigo Lázaro. Cristo ten piedad.

    * Tú que, resucitando, eres la garantía de nuestra vida nueva. Señor, ten piedad.

 

† Escucha, Señor, nuestra oración y concédenos participar de la vida que Tu quisiste darnos en abundancia. Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos.

 

 

LECTURA PROFÉTICA

 

Ezequiel proclama una promesa de Dios a los desterrados en Babilonia. Son palabras de esperanza, ya que Dios no se olvida de nosotros. Dios vence la muerte y prepara un futuro glorioso.

 

 

SALMO RESPONSORIAL

 

R/.  Del Señor viene la misericordia,

la redención copiosa.

 

Desde lo hondo a ti grito, Señor;

Señor, escucha mi voz

estén tus oídos atentos

a la voz de mi súplica.

 

Si llevas la cuenta de los delitos, Señor,

¿quién podrá resistir?

Pero de ti procede el perdón,

y así infundes respeto.

 

Mi alma espera en el Señor,

espera en su palabra;

mi alma aguarda al Señor,

más que el centinela la aurora.

Aguarde Israel al Señor,

como el centinela la aurora.

 

Porque del Señor viene la misericordia,

la redención copiosa;

y él redimirá a Israel de todos sus delitos.

 

 

LECTURA APOSTÓLICA

 

San Pablo proclama la fe en la Resurrección. El Espíritu habita en nosotros, el mismo que resucitó a Jesús. Él nos infundirá ahora vida nueva, la Vida Eterna.

 

 

LECTURA EVANGÉLICA

 

La resurrección de Lázaro, tal como San Juan la presenta, es una catequesis de preparación para el bautismo, que desarrolla la afirmación de Jesús: "Yo soy la Resurrección y la Vida".

 

 

ORACIÓN DE LOS FIELES

 

† El Señor nos dice: "Yo mismo abriré vuestros sepulcros y os haré salir de vuestros sepulcros". Pidámosle que nos libere de toda esclavitud. Respondamos diciendo: "Ayúdanos, Señor".

 

 

    * Para superar nuestra ignorancia sobre tus misterios. Oremos.

    * Para vencer nuestra poca fe y nuestra comodidad. Oremos.

    * Para no caer en las trampas del consumismo o del falso bienestar. Oremos.

    * Para que seamos más solidarios. Oremos.

    * Para que la vida esté alimentada, protegida y defendida en todos los habitantes de la tierra. Oremos.

    * Para que los que lloran por sus difuntos se consuelen con la fe en la Resurrección. Oremos.

    * Para que todos vivamos con la perspectiva de la Vida Eterna. Oremos.

 

 

† Escucha nuestras súplicas, Señor, para que nuestra pobreza sea fortalecida con los dones de tu bondad. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.

 

(De «DABAR»)