sábado, 16 de febrero de 2008

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA /A


Gn 12, 1-4a
Sal 32
2Tm 1, 8b-10
Mt 17, 1-9

 

HOMILÍA

 

"Con la confianza puesta en el poder de Dios, sufre conmigo por el evangelio" —le decía Pablo a su discípulo Timoteo. Ello nos está indicando que no es fácil vivir según las indicaciones del evangelio; que ser cristiano, ser discípulo y seguidor de Jesús acarrea sufrimiento. Cada vez lo iremos viendo con más claridad.

 

Hasta hace bien poco, las exigencias que nos planteábamos como emanadas del evangelio eran más bien moralizantes (no hagas mal, cumple con esto, etc.), pero ahora estamos observando que tenemos que ir mucho más allá.

 

En nuestras casas Dios está ausente; nuestros hijos y nietos no se relacionan con él, no lo conocen. Si vienes a la iglesia se te ríen, o te critican, porque no vives como lo manda el evangelio; tus centros de interés no son los que serían los de Jesús: los marginados, los que sufren, los nadie. Y estamos demasiado colonizados por la cultura actual de los medios de comunicación, y por valores como el consumo, la producción, el dominio, la explotación, la diversión, la comodidad, la despreocupación del entorno, el alejamiento de los demás por las exigencias que nos puedan plantear, etc., etc.

 

¿Merece la pena salir de esta corriente? Se oyen, sí, voces de protesta; hay grupos organizados; todos conocemos a personas que, desinteresadamente, se desviven por los demás. Y no les hace falta ni relacionarse con Dios, ni rezar, ni celebrar la fe, ni acudir a los sacramentos.

 

¿Y nosotros? Nosotros podemos estar engullidos por la cultura y protestar cuando las cosas se nos tuercen, o podemos también hacer silencio en nuestro interior y escuchar ahí la voz de Dios que habla al corazón.

 

Abrahán pudo escuchar esa voz. Seguro que tendría sus dudas, lucharía consigo mismo hasta convencerse de que no tendría futuro si permanecía en su tierra. Desde luego que le habría sido más fácil quedarse en ella y no preocuparse. Pero optó por responder a la voz de Dios, familiarizarse con él y entregarse a él. Y Dios no le falló.

 

Jesús vivía también esa confianza con el Padre, e invita a ella a sus más íntimos. Para entrar en la nube hay que elevarse de lo cotidiano, de estar hundidos en las simplezas de cada día; hay que descubrir que es preciso ir más allá de la Ley y de la Tradición, que hay que escucharle a Jesús en su doble significado: en su palabra y en su vida. Que lo que encontramos en él no hay que airearlo como noticia pasajera, sino madurarlo en el silencio interior... Y aún así no estamos exentos de dificultades: "Señor, ¡qué bien se está aquí!"

 

Sí; pero esa plenitud es la que nos espera, y como regalo, como don, no como logro de nuestro esfuerzo, de nuestras fatigas o privaciones; ni es en el momento presente. Lo inmediato es nuestra vida de cada día. ¿Seguiremos sumidos en su ruido? Ojalá escuchemos la invitación de Jesús a salir de él, a elevarnos a la relación con Dios y, escuchándole en nuestro interior, en el evangelio y en la oración, y en los acontecimientos de cada día, nos hagamos presentes, sin temor, en todo aquello que exige transformación, empezando por nuestra propia persona.

 

Seguro que en la escucha de Jesús y siguiéndole seremos capaces de humanizar nuestras relaciones, nuestro trabajo, nuestra entrega por la justicia, el respeto de la Naturaleza, la acogida de los inmigrantes, y tantas otras vicisitudes de esta sociedad en que vivimos.

 

La transfiguración plena está en camino; nosotros somos los invitados de Jesús si escuchamos su voz y somos capaces de responderle con generosidad; si somos capaces de salir de nuestras seguridades, de nuestros miedos y complejos, confiando plenamente en él, no en la Ley o en la Tradición, ni en el transcurso del tiempo.

 

¿Queremos participar en la tarea de transformarnos y transformar nuestro entorno, conscientes de que es una tarea que acarrea sufrimiento, pero que merece la pena? Empecemos por convertirnos al menos en este punto: no pensemos que nuestra fe, el seguirle a Jesús, no tiene nada que ver con lo que nos rodea, con quienes sufren de múltiples maneras, con la solidaridad, con el compromiso en la construcción de nuestras familias, de nuestro pueblo y de nuestra sociedad... Tiene que ver, porque Jesús lo hizo, a instancias del Padre.

 

Por tanto, sus seguidores nos veremos empujados por su Espíritu a tomar parte en ese duro trabajo, incomprendido y contestado, por la diversidad de caminos que muestra el Espíritu, pero con la seguridad de que Jesús nos precede y nos guía. Para sentirlo cercano y guía podemos acudir a su Palabra, a los sacramentos, a la oración, y seremos los primeros transformados. Confiemos en él.



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