sábado, 8 de marzo de 2008

Vº. DOMINGO DE CUARESMA «A»


Ez 37, 12-14
Sal 129
Ro 8, 8-11
Jn 11, 1-45

HOMILÍA

 

Hermanos: la liturgia de este domingo Vº. de Cuaresma del ciclo «A» nos propone, para dar un  paso más en la andadura de nuestra conversión, la tercera gran catequesis: la de la Vida. Su confesión es la siguiente: Jesús, Hijo de Dios es la fuente de VIDA.

 

¡Qué pena que tengamos que acercarnos a ella en un ambiente tan convulso! ETA acaba de hablar de muerte, asesinando a Isaías Carrasco. ¿Acaso debemos convencernos de que no somos capaces de otra cosa mejor que la de dar muerte? ¿Hay que seguir gritando que quien la hace la paga, tarde o temprano? ¿No es un acto más humano el diálogo, el perdón, la reconciliación, la vida?

 

Pero éstas no son palabras políticas, capta-votos, ni de ¡trágala!, sino palabras con las que sólo habla el corazón, un corazón que late vida, hace vivir y es capaz de entregarla, nunca arrebatarla.

 

Lo hacen nuestros misioneros en tierras de Ecuador (en Los Ríos) y en África (Angola)... en franca retirada. Su situación de penuria denuncia nuestra falta de vida de fe, antaño tan prolífica en vocaciones y misioneros, y hoy tan mortecina. ¿No necesitamos un grito de Jesús? ¡Lázaro, sal afuera! —le gritó a su amigo. ¿No podría gritar el nombre de cada uno de nosotros para sacarnos de nuestras tumbas?

 

El profeta Ezequiel ya lo proclamaba: infundiré en vosotros mi espíritu, y viviréis..." Pero, al menos a primera vista, estamos poseídos del espíritu de la comodidad, de la explotación, de la acumulación de enseres, de riqueza, de poder... ¡de odio!

 

Por ese camino generamos basura, contaminación... Ensuciamos las calles, la atmósfera; esquilmamos los bosques y provocamos la desertización; cada vez herimos más de muerte a nuestro planeta y a la atmósfera, y, con la boca pequeña, exigimos a los políticos que resuelvan esos problemas, pero sin que no puedan exigirnos nada a los ciudadanos.

 

Pablo nos ha recordado que nosotros no vivimos entregados a tales apetitos, sino según el Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en nosotros. ¿No nos reímos de semejantes palabras, considerándolas para otros, o fuera de lugar, o para niños, pero no para nosotros, que no necesitamos que nadie nos oriente, conduzca o indique el camino?

 

Mientras las Urnas nos llaman a la participación democrática, los medios de comunicación nos han situado a derecha o izquierda; y la terca realidad nos espeta un ambiente tenso, espeso, que nos habla de falta de paz ciudadana, de falta de la tan cacareada libertad de expresión... Pero sobre todo, diría yo, de falta de formación y de concienciación, que nos daría el temple necesario para saber hablar y escucharnos; saber manifestarnos y respetarnos; y saber convivir en una sociedad cada vez más compleja y más exigente con sus miembros.

 

¿No tiene nada que aportar nuestra fe en Jesús, fuente de Vida, en todo este revoltijo?

 

Nuestros misioneros piensan acudir a paliar las necesidades creadas por las últimas inundaciones en el Ecuador: ¿seremos generosos con ellos en la colecta?

 

Nuestro Planeta y nuestros pulmones están exigiéndonos contención en el consumo y moderación... ¿Sabremos sacrificarnos?

 

Nuestra paz social nos está exigiendo respeto, diálogo, perdón, reconciliación... ¿Seguiremos empacados en nuestras posturas irreconciliables, sabiendo que nos conducen a la muerte?

 

¿No podríamos pedirle a Jesús, fuente de vida, que susurre a nuestro oído, con su autoridad, que salgamos a la luz de la Vida?

 

Lo necesitamos también en nuestra Iglesia diocesana, que nos ha disgustado con sus últimas actuaciones, pero que querríamos seguir construyéndola desde la responsabilidad compartida y la entrega fiel. Nos duelen sus errores, o que no tenga en cuenta los mecanismos y los cauces de participación de los que se ha dotado nuestra Iglesia; pero también sabemos que sólo en su seno podemos vivir nuestra fe en Jesús, fuente de Vida. Por eso queremos implicarnos cada vez más, y más responsablemente, en su construcción y actualización.

 

¡Sí necesitamos que Jesús nos grite, y que nosotros, haciéndole caso, salgamos!

 

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